EL COPANECO
 



COPÁN:

 La antigua ciudad de Copán fue asiento de una fabulosa dinastía que gobernó durante siglos. Descubrimientos recientes aportan información sobre el auge y la caída de su imperio.
Hace más de un siglo, unos exploradores se toparon por primera vez con derribados monolitos y empinados montículos, prácticamente ocultos por la densa selva del oeste de Honduras. Al hacer claros en la vegetación quedaron al descubierto enormes construcciones piramidales, en algunas de las cuales había grabados de misteriosos dibujos. Los monolitos, que fueron enderezados, estaban cubiertos de esculturas de intrincada trama, de una calidad jamás vista en el continente americano. El descubrimiento de estos montones de piedra, que habían permanecido durante todo un milenio a la sigilosa sombra de gigantescos árboles, ha generado una perdurable fascinación por la gente que los construyeron. En la actualidad, una tesonera labor de investigación está sacando a la luz quiénes eran los antiguos mayas que dejaron tan sobresalientes muestras artísticas.

    La cultura maya, aparecida hacia el año 2 000 a.C., se extendió por heterogéneas tierras conocidas hoy como Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras y el sureste de México. Durante siglos, fue una de las civilizaciones más avanzadas de la antigüedad.

    La cultura maya fue la única prehispánica que inventó un perfeccionado sistema de escritura. Por más que hoy los jeroglíficos mayas se antojen grandes y farragosos, el idioma que ellos representan nada tenía de primitivo. "Era un pueblo completamente alfabetizado—dice Ricardo Agurcia, uno de los arqueológos del Mundo Maya más respetados, que comenzó su carrera precisamente aquí, en Copán, en 1978—. Si se les hubiera ocurrido escribir una novela, podrían haberlo hecho sin dificultad con su sistema de escritura".

    A medida que los eruditos comenzaron a descrifar los secretos de los jeroglíficos se fue descubriendo que los mayas habían inventado un calendario astrónomico capaz de predecir eclipses solares y lunares, además de los movimientos de Venus y Júpiter. Al percatarse de que ese calendario era más preciso que el nuestro, los mayólogos dedujeron que los astrónomos tenían que ser muy importantes en aquella civilización. Los historiadores creían que las grandes ciudades como Copán eran centros ceremoniales donde sólo vivían los sacerdotes, mientras el resto de la población habitaba en pequeños pueblos e iba a vistar los templos sólo con ocasión de solemnes celebraciones. Los complicados textos jeroglíficos pasaban por ser predicciones astronómicas y se creía que las figuras humanas representaban dioses. Pero en los últimos decenios, los avances en el desciframiento han hecho cambiar esa manera de ver. Hoy se sabe que la escritura habla de importantes sucesos históricos y, sobre todo, de la vida y hazañas de los reyes cuyo retrato está labrado en las estelas.

    Esta nueva manera de ver se comprueba claramente en el Altar Q, situado en el patio occidental de la Acrópolis de Copán. Este enorme bloque cuadrangular de piedra tiene esculpidos 16 hombres sentados (cuatro por lado). En un principio, el arqueológo Herbert Joseph Spinden pensó que se trataba de una reunión de astrónomos mayas. Sin embargo, recientes descubrimientos indican que las figuras representan a miembros de una dinastía de dieciséis reyes, cuyo gobierno abarcó casi cuatro siglos, entre el 426 y el 820, aproximadamente, de nuestra era, o sea, durante el periodo Clásico (250-900 d.C.).

    Conocemos poco del tramo anterior de esta secuencia dinástica, ya que la información se perdió quizá por la costumbre maya de derribar los edificios viejos y levantar otros nuevos sobre ellos. En Copán se han descubierto ocho de esos templos, cada uno construido sobre las ruinas del precedente. Se sabe ahora, no obstante, que hacia el 426 d.C. gobernó el venerado rey Yax Kuk Mo (Quetzal Guacamaya), según refieren monumentos erigidos siglos después, al que siguieron dieceséis de su descendientes. La estirpe concluye con la muerte de Yax Pac, o Primer Amanecer, quien construyó el Altar Q. Las estelas, así como la mayoría de las demás esculturas y los edificios, fueron levantadas para conmemorar los reinados de estos monarcas.

    La entrada al parque arqueológico se realiza siguiendo un largo paseo flanqueado por árboles, que lleva a la Gran Plaza, explanada con hierba en cuyo centro hay una pirámide y varias altas estelas. La mayoría de los jeroglíficos y esculturas de las estelas y altares hace referencia a 18-Conejo, una de las figuras más importantes de Copán.

    Copán puede alardear, además, de poseer el texto labrado más largo de América: la famosa Escalera Jeroglífica. Muchos de los peldaños se han caído y sólo una porción de los más de mil 250 bloques de piedra esculpida fueron hallados en su orden original. Pero se ha conseguido ordenar los suficientes para saber que la escalera fue construida por Humo Concha a fin de conmemorar las vidas de sus antepasados.

    El centro del poder real, la Acrópolis, es un conjunto de voluminosas estructuras pirámidales bajo las cuales hay un acervo de informaciones sobre Copán. Aquí es donde se están llevando a cabo los actuales estudios. En este lugar, la subestructura más impresionante descubierta es el Templo Rosalila. Más abajo se encuentra el Templo Margarita, rica fuente de datos sobre los enigmáticos primeros años de la dinastía de Copán.

    A buena distancia de la Gran Plaza y de la Acrópolis se encuentra la zona habitacional de Las Sepulturas. Las excavaciones realizadas en estos edificios de poca alzada han proporcionado detalles acerca de la vida doméstica de los habitantes; además, se tienen pruebas de que el sitio estuvo ocupado durante unos dos mil años.

    Así como los mayas disfrutan de un lugar sobresaliente entre las civilizaciones del pasado, a Copán le corresponde uno de los primeros lugares entre las ciudades-estado mayas, debido al enorme empeño científico por descubrir secretos tan largo tiempo enterrados. El Proyecto Copán, colaboración entre el Instituto Hondureño de Arquelología e Historia (IHAH) y especialistas de diversas instituciones y nacionalidades, comenzó en 1978. Es una brillante muestra de un nuevo proceder multidisciplinario en la investigación, que Ricardo Agurcia denomina "enfoque de conjunto". Confluyen aquí campos tan heterogéneos como la lingüística, la antropología social, el arte, la etnohistoria y la ecología, amén de la arqueología, con el fin de conseguir de Copán una perspectiva histórica más exacta que cuanto se podría recabar con simples excavaciones y catalogaciones.

    También los esfuerzos por conservar los recursos naturales del parque se han visto recompensados. Rodeada por vastos campos de maíz y tabaco, la zona arqueológica de 120 hectáreas (que incluye, además, una pequeña reserva natural) es un oasis arbolado. Temprano en la mañana o al atardecer, docenas de venados cola blanca se aventuran a pacer en el bien ciudado césped de la Gran Plaza, mientras que una ingente variedad de aves, como periquitos y tucanes, tienen su asiento en las ruinas. Gigantescos guancastes (Enterolobium cyclocarpum), ceibas (Ceiba pentandra) y los en Centroamérica llamados cedros españoles (Cedrela australis) proporcionan una bien recibida sombra; algunos de estos árboles crecen en los lados y en las cimas de las construcciones. Al preguntarle por qué no quitan estos enormes árboles, cuyas raíces poco a poco harán saltar los bloques de piedra de sus lugares, Agurcia responde —desconcertantemente— que "tienen más derecho a estar aquí que los edificios".

    El Museo de las Esculturas de Copán es un nuevo anexo al lugar y otro ejemplo de esta manera de ver las cosas. Bajo la dirección de la connotada arqueóloga Barbara Fash, brinda una impresionante forma de ver Copán. Se penetra por las abiertas fauces de una serpiente y se sigue por un largo, oscuro y tortuoso túnel, que representa tanto los túneles excavados en el interior de la Acrópolis, como un simbólico viaje a Xibalba, el inframundo maya. Al dar la vuelta a la última curva del túnel, uno encuentra la imponente réplica, de cuatro pisos de altura, del templo Rosalila.

    Los investigadores han recabado una vasta cantidad de datos; entre éstos, destacan algunos relativos a la caída de Copán. En tal sentido, abundan pruebas para asociar el crecimiento demográfico con la deforestación, la erosión del suelo, los cambios climáticos y una general degradación del medio ambiente.

    Los restos de esqueletos correspondientes a los años finales de Copán muestran que la población sufría desnutrición y enfermedades. El otrora fértil valle en determinado momento no resistió, parece, la continua explotación. Los arqueólogos han trazado un maravilloso cuadro de Copán en su esplendor, pero quizá las investigaciones sobre el colapso de esta gran sociedad serán mas valiosas; al menos, si aplicamos hoy las lecciones de aquellos caídos reyes.

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